Salvemos Sheikh Jarrah
Marina de la Sierra
Los acontecimientos actuales en Sheikh Jarrah y el resto de Jerusalén finalmente han sacudido a la comunidad internacional, después de una larga semana de silencio mediático. Las protestas y los enfrentamientos con la policía israelí, que naturalmente ahora se extienden a ataques en calles, mezquitas y desde y hacia la franja de Gaza, se desataron por el intento del gobierno israelí de desalojar a más siete familias palestinas de sus hogares para otorgárselos a colonos, añadiéndolas a las miles de personas que han sido históricamente desplazadas de barrios predominantemente palestinos en Jerusalén Oriental, ocupada por Israel desde 1967. Para entender la complejidad de las migraciones, los desplazamientos y las fronteras siempre cambiantes de la región no es suficiente comprender el conflicto de Sheikh Jarrah, así como el más amplio conflicto PalestinaIsrael, como un conflicto por estatus legal de propiedad que se determinará con un fallo de las cortes del Estado israelí, ni es suficiente categorizarlo como un conflicto religioso. Este es un conflicto que pone bajo la lupa cuestiones de legitimidad, autodeterminación, soberanía y colonialismo. Para comprenderlo debemos precisamente utilizar esos marcos de análisis, que nos explicará mucho más sobre la naturaleza de los enfrentamientos que las categorizaciones simplistas que frecuentemente se plasman en los medios.
Palestina pasó de ser un protectorado de Inglaterra, en donde se reprimieron violentamente los movimientos nacionalistas– se mató alrededor del 10% de la población masculina, se deportaron generaciones enteras de líderes nacionalistas, se suprimió la libertad de expresión y la creación de instituciones representativas– a ser partido en dos tras la Segunda Guerra Mundial y el genocidio del pueblo judío en Europa, con el apoyo de las potencias mundiales. Estalló la primera Guerra Árabe-Israelí y comenzó el Nakba, algo que, lejos de ser un indicente aislado en la historia, es un proceso que continúa hasta este momento, mediante desalojos forzados, asentamientos ilegales y violencia Estatal. En su momento, más de medio millón de palestinos fueron desplazados– hoy son más de cinco millones de refugiados palestinos en el mundo, a los cuales se les han negado el derecho de retorno, han sido sujetos a represión violenta por parte de distintos regímenes de la región, a discriminación política y social e incluso masacres y genocidio– como la masacre de Sabra y Chatila en 1982.
Posterior a la segunda Guerra Árabe-Israelí, se anexó aún más territorio, se aceleraron los asentamientos de colonos, se partieron los territorios palestinos en distintas zonas administrativas, bloqueando la libertad de movimiento, y comenzó un duro regímen de ocupación militar en Gaza y Cisjordania. Esto dio paso a dos Intifadas que concluyeron con acuerdos de paz que, en esencia, se negociaron a oscuras y en los cuales se obtuvo algo de reconocimiento al movimiento de liberación nacional, a cambio de la pérdida de control sobre las condiciones que precisamente permitirían esa liberación. Este duro régimen militar también ha dado paso a la adoptación de métodos más violentos para alcanzar la soberanía, la cooptación del enojo, el hambre y la miseria por movimientos designados terroristas que en algún momento fueron tolerados en aras de dividir la resistencia.
Previo a su colonización, en los territorios palestinos convivía la población judía, cristiana y musulmana. Hoy, hay una diáspora de palestinos, no solamente musulmanes sino cristianos también, despojados de su derecho a vivir en paz, en su tierra de origen. ¿Cómo aceptar el fallo de unos tribunales que forman parte del aparato estatal concebido para desplazarte? ¿Cómo aceptar ser un cuidadano de segunda clase? ¿Cómo aceptar ser expulsado de tu hogar, y aún así no tener el derecho garantizado de moverte a otros territorios en donde viven tus familiares y connacionales? La situación actual levanta duras preguntas que, desde hace más de un siglo, han sido hechas a un lado.